Maldita perfección
Duele el alma, duele cuando la desnudas, cuando la dejas ver de cuanto cibernauta exista sobre la faz de la tierra, cuando tipeas en una pantalla en blanco y esas letras permanecen allí para siempre, a merced de la crítica, a merced de la compasión, a merced del deseo de otros.
Pero hace falta ese dolor, hace falta esa desnudez, ese ejercicio catártico que provoca la escritura, que te deja ver con tus mismos ojos, pero desde otra esfera, eso que te pasa, eso que siente tu piel, pulsa tu cerebro y hace palpitar tu corazón.
La de la otra tarde fue una buena charla conmigo mismo, esa que puedo releer en la pantalla ahora que escribo. Mas abrió de nuevo profundas heridas en mi interior, me hizo recordar cuán frágil es todo a mi alrededor (será mejor confesarlo: cuán frágil soy detrás de este rostro eternamente sonriente). La soledad apareció de nuevo y esta vez quise espantarla ¿o esconderla?, en fin, no quería ver su abominables garras otro viernes en la noche, ni sentir sus heladas manos acariciando mi miembro en la madrugada, sus putrefactos labios diciéndome cosas al oído, recordándome que ya no tengo dueño.
Mi lista telefónica se quedó corta. Pasé por alto unos cuantos nombres, aquellos a los cuales mis dedos tienen vetado marcar, incluidos los de EL, incluidos los de aquellos lobos con piel de ovejo, los de aquellas medusas que sólo dejaron laceraciones en mi torso. Volví al mismo lugar de siempre, con la misma gente de siempre y unos cuantos amigos reincidentes. A quienes de verdad quería ver, al menos para que subieran mi ego mientras los humillaba con mi lejana belleza, no pudieron asisitir, sí lo hicieron en cambio quienes me humillan con su insolente y maravillosa existencia. Maldito masoquismo, el regreso me hace recordar, el alcohol en exceso y a bajo costo no me hace olvidar, simplemente deja el descubierto mis huesos, ante la fiesta humana, ante aquellos que danzan al calor del fuego, tratando de quemar sus penas, sus fantasmas, sus desvaríos.
Estoy adentro, recibo unas cuantas miradas, hurgo entre los cuerpos presentes, busco alguien conocido cuya presencia me produzca dolor, ansío encontrar una hermosura lejana que me genere adicción. Preparo un instrumento cualquiera para darle concierto a las parejas de amigos que se han conformado gracias a mí, hago gala de mi soledad aún entre tantos. Observo a lo lejos un hermoso cordero (aunque quienes me acompañan denigran de su figura), recuerdo sus tibios labios sobre mi piel, pero también sus miedos, recuerdo sus abrazos, pero también su fuga. Trato de no mirarlo, aunque soy testigo de todos sus movimientos. Finalmente quedamos frente a frente, alza su mirada hacia mí, castiga mi deseo con su sonrisa. Aún tengo orgullo, hago un gesto de cortesía y dirigo mi mirada hacia otro lado.
En medio de la gente me alcanza, me da un abrazo, siento su tibieza rosando mi cara. Estás muy lindo hoy, le digo (ya he mordido el anzuelo). Me muestra su torso semidesnudo evitando que alguien más lo vea. Confirmo que está tan deseable como siempre, me abrazo a él una vez más, a su piel de durazno, a su inocencia perversa, pero nos hemos quedado sin de qué hablar y soy demasiado cobarde como para tratar de probar si sus labios aún saben como hace unas semanas. Prefiero alejarme, aunque más tarde cuando lo vea del brazo de un esperpéntico jamón, con sus ojos hechizado llamándome, sienta rabia una vez más.
Y no salgo del hechizo, suena mi violín en una esquina y otra de la hoguera, camino hasta el rebaño, un cordero acá y otro allá. Siento una vez más que no es mi sitio, ya no tengo un sitio, tampoco a quien recordar, nadie a quien gritarle mentalmente "si tu estuvieras acá, todo sería distinto". Si grito eso podría decir, si tu estuvieras acá todo estaría peor, sería una vez más una excusa en tu vida, el de mostrarle a algunos, el de ocultarle a otros, el de disfrutar unas noches, el de olvidar casi siempre.
Estoy a punto de caer en lo profundo del foso, con el alcohol en la sangre, los malos ratos abarrotándose en mi cerebro, las lágrimas a punto de salir y mis ojos luchando contra ellas, para seguir mostrándome fuerte, sonriente, feliz. Llega el abrazo de alguien, sus palabras, su demostración de amistad sincera, su oda a mi perfección, su halago desinteresado a mi belleza, a mi inteligencia, a mi capacidad de lucha, su coronación de mi heroismo, su crítica sin cuartel a mi círculo social, a aquellos seres que han pasado por mi vida, regando mi piel, hiriendo mis entrañas, sin merecerme, sin estar a mi altura. "alguien perfecto como tu, solo merece estar con alguien perfecto. Ni siquiera yo merezco ser tu amigo, soy un don nadie a tu lado, y quienes te rodean, bah son basura".
Me surge entonces una pregunta, entonces según él, qué está a mi altura. "Tal vez nadie, tal vez nunca llegue, pero es mejor eso que estar con quien no vale la pena".
Maldita perfección me digo entonces, de qué vale ser tan perfecto si eres un perfecto solitario, un perfecto aislado, ¿Un paraiso perdido?, un verdad solitaria, un perfecto imbécil tal vez...pero perfecto al fin y al cabo.
Necesito estar solo (si, más solo que de costumbre)...y al amanecer, en mi cuarto solitario vuelve la soledad con su atmósfera putrefacta a acariciarme, a poseerme, y me sepulta en horas de sueño, en horas de hastío, de rabia, de dolor. Una mueca macabra ocasiona lágrimas involuntarias. Tres metros bajo tierra... buenos días...está EL en el teléfono, veo su nombre y me digo por primera vez en mucho tiempo, hoy no quiero contestarte, hoy no quiero que existas, hoy ya no existes...como tampoco existo yo...al menos no el mismo que estuvo al lado del fuego anoche, mientras tu no estabas...
Empieza una nueva semana...y yo sigo tres metros bajo tierra, sin saber aún quién soy.. y me digo
I want a perfect body
I want a perfect soul
I want you to notice
When I’m not around
You’re so fuckin’ special
I wish I was special
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