martes, enero 25, 2005

La esencia de tu perfume

Anoche, tras derramarme en prosa, una idea me acompañó a casa y se apoderó de mí hasta la madrugada, redescubrí que el olor de EL no está archivado en mi cerebro, no quedó nunca impregnado en mi piel, no me dejó jamás la posibilidad de salir a la calle oliendo a él para sentirme descubierto, pecador, poseído, amado, sexuado, con el miedo de que el viento con el menor soplo regara por allí su aroma, la misma que busqué infructuosamente muchas veces en el minúsculo bosque que adornaba su sexo, como quien busca el elixir que ha de excitarlo más, que ha de generarle la adicción eterna.

No esperaba un vaho de especias de la India, tan solo su esencia, algo que con olfatear mi piel permitiera recordar su rostro de placer durante el estallido triunfal que antecede su lluvia, sentir una vez más las pulsaciones de mi piel acomodándose en su vientre, degustar una vez más el sabor que tiene la piel en ese punto donde la redondez del sexo se vuelve cóncava, erigir de nuevo mi humanidad sexuada para hacerlo cenizas bajo mi fuego, sentir que mis manos llenas de su olor eran las suyas, para hacerme carne, para hacerme vivo, para calcinar las ansias que dejaba tras cada batalla cuerpo a cuerpo, espalda a pecho, vientre a miembro, miembro a vientre.

¿Cómo poder recordar a alguien cuyo aroma se consigue en París o en San Andrés y huele igual en la 103 o en el Mikonos criollo? Y pensar que su falta de olor eran parte de la magia inicial, de la primera atracción, una limpieza perpetua que lo convertía automáticamente en dios, un dios alado que cayó para mí, que se hizo carne, semen, sudor, placer, tibieza, palabra y acto, pero nunca olor. Un dios que pronto dejó de serlo, un dios que pasó a ser un humano, demasiado humano, tan común y corriente que dejó de convencerme.

¿Para quién guardará su aroma? ¿a quién sofocará con su fragor? ¿Cuál será el esclavo de su fragancia? ¿Por qué fue incapaz de arrastrar con su perfume la huella indeleble que otro dejó sobre mi piel?

Aun hoy lo recuerdo, un cordero cubierto de velcro, del color del helado de maní, con el olor de las flores de Mandalay, la cúrcuma de la India y el jengibre de Thailandia, el sabor de la canela y las nueces. Un almizcle agridulce cada batalla, cada roce de nuestros cuerpos, cada explosión de nuestros placeres. Miel en su ombligo, nueces en mi pecho, menta en mi ingle, chocolate en su espalda, lactosa en nuestros vientres y azúcar en las empañadas ventanas de su cuarto.

Fueron placebo sus puñales, aguijones sus palabras, polen su lluvia en mis labios, néctar mi torrente en su lengua, todo un postre la reunión de nuestras bocas, su salto sobre mi espada, mi herida sobre su antorcha, hacerme fuego y cenizas, hacerme humo y hacerme carne e irme cada noche a casa envuelto en su perfume.

Me queda un poco de su almizcle si, pero están difusos los recuerdos. Me queda nada del aroma de EL y sigue galopando allí su fantasma.

1 Comentarios:

A la/s 6:10 a. m., Blogger hoffen dijo...

Cada vez me gusta más tu blog. Sensible. Erótico.

 

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