domingo, enero 08, 2006

Cuestión de química


Pasa en la vida que uno no se liga con el primer ser que se atraviesa en la esquina porque sencillamente “no hay química” digo yo; y es así como han pasado por mi vida en los últimos años un sinnúmero de seres, de diversas procedencias (capitalinos casi todos), con diversos acentos, con formas, aromas y sabores variados, y son pocos, muy pocos aquellos en los que ha habido esa química con la que tanto molesto cuando voy a conocer a alguien, o que se convierte en la mejor (y más cierta) excusa para que no vuelva a ver a alguien, sea que tenga nombre de dibujito animado de Disney, de leyenda colombiana o de ser humano común y silvestre.

De hecho en estas semanas, en las que se hacen los balances de final de año y los propósitos para el año naciente, me he dado cuenta que puedo contar con los dedos de una mano aquellas personas que me robaron el aliento, el pensamiento y el deseo… con las que “hubo química”… y entonces les echo un vistazo, repaso sus historias, mis historias con ellos, lo poco que pasó o lo que dejó de pasar, lo que hicieron o dijeron, lo que besaron o dejaron de besar, la marca que dejaron en mi piel, la zona de la ciudad que me recuerdan, el trozo de piel que más me gustaba saborearles, y entonces llego a una conclusión, funesta, fatal y cruel, pero conclusión al fin y al cabo: la química conmigo está ligada a sentir que ese ser tiene algo de inalcanzable, algo de estrella en el firmamento que me quedará difícil tener por completo. Esa sensación de que en algún aspecto tu eres pequeñito pequeñito a su lado y que estar con él por unos segundos es casi como un sueño hecho realidad, como esa fantasía de la que temes despertar algún día a bofetadas… entonces he tenido que pellizcarme para saber si es cierto lo que estoy viviendo, lo que estoy teniendo entre mis brazos, bajo mi piel, sobre mis hombros, entre mi espalda y mi sexo… y es justo esa sensación de fantasía y realidad, de adormilamiento en el amor en la que encuentro la química, esa sensación de que el Adonis que había dibujado en mi cerebro está allí, a mi lado, diciéndome cosas, no siempre tan lindas como quisiera, pero allí, castigándome con su belleza, haciéndome sentir esclavo de su vida, de lo que dice o lo que deja de decir, de lo que hace y lo que me deja de hacer…

A ver, repasemos la historia, antes del Rey todos los demás habían sido pequeños romances, algunos sentimientos de apasionamiento, pero nada que me obligara a hacer locuras o a sentirme embelezado por más de un par de noches… en cambio él, apenas terminando su adolescencia, llegó para cambiarlo todo, para hacerme sentir obnubilado por su suprema inteligencia, su dominio de varias lenguas (la suya incluida en mi ingle), para doblegarme una y otra y otra vez ante la descomunal delicia de su sexo erguido, para mostrarme un mundo en el que darse un beso en plena avenida del centro de la ciudad no fuera pecado ni delito, para darme una familia y para lanzarme finalmente desde un Carulla cuando se le acabó el amor.

Luego apareció EL en una noche “De Película”, me hizo esclavo de su belleza, de la perfección de su cuerpo, de la profundidad de sus ojos verdes y más aún, de lo convencido que él estaba de que era perfecto y yo sólo podía ser un beneficiario tipo Sisben 1 de sus momentos de sexo, de sus escasas palabras afectuosas y de sus casi inexistentes detalles... Pero allí la química acabó (tres años después se calcinó por completo)… por fin descubrí que habían seres más bellos y sin lugar a dudas más interesantes, menos encerrados en sí mismos, y caí en la cuenta de que yo soy mil veces más guapo, más asediado, más llamativo.

Y en esa labor colaboró Pbonito, con su sonrisa perfecta, su mirada de niño desvalido, sus palabras siempre a tiempo y su deseo de comprobar permanentemente que lo podía obtener todo solo con saber pedirlo (hasta tener un novio y un amante - yo-)… con él la química empezaba en saber que ya tenía un dueño, seguía en el hecho de hacerme sentir que podía hacerlo todo, podía ir a donde quisiera, cuando quisiera, continuaba con su sapiencia poderosa tan cercana al Rey, en ese mundo que me ofrecía con sólo abrir la boca un poco y terminaba en sus deliciosos besos, en su forma de hacerme sentir amado y humillado, hermoso y horrible, inteligente y bruto, admirable y desechable en tan sólo unos minutos… de aquello aún sigue algo de su química rondando por ahí… pero será mejor que con ejercicios de física (no llamar, no buscar, no existir) aleje de mi lo que ya no fue.

Y bien… acaba la lista, o al menos de esas “químicas” duraderas, fijas, con marcas y recuerdos, con historias o sentimientos entre el masoquismo y el entendimiento… quién quiere ser el próximo duradero verdugo?

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