jueves, marzo 31, 2005

Extraños cercanos/cercanos extraños

Y no valen las palabras, ni las disculpas, ni sonrisas, ni abrazos, simplemente hay cosas que se rompen y ya, hay gente que se torna extraña para ti y punto, así hayas compartido largas horas de conversación, así pareciera que estuviera ligada a tu vida por una amistad irrompible, y te emocione verlos, pero siguen siendo extraños, extraños cercanos, con los que hablas como si hablaras con un extraño, sin comprender su lenguaje, ni el porqué de sus actos. No, no dejas de tenerles afecto, pero ya no te importan como antes.

Y es extraño, porque en cambio hay seres, de esos que van por la calle, de mirada centellante y cuerpos deliciosos, de sonrisas efímeras y palabras sueltas, que siendo demasiado extraños, se te antojan cercanos, con los que se siente una energía extraña, un impulso vital, un apego inusual. Con los que te sientes como la pieza que encaja perfectamente en su rompecabezas, el ancla en su mar, un cuerpo para otro.

Si, es posible que tras alcanzar el orgasmo te des cuenta de que solo eres cercano a su cuerpo mas no a su alma, a su materia mas no a su espíritu, y empiezas a pensar que seguirá siendo un extraño, muy cercano, pero allí eso no duele, solo genera curiosidad. En cambio cuando alguien que consideras parte de tu vida, se convierte de buenas a primeras en un extraño, una rara sensación te invade, un cierto desasosiego, una duda mezclada con tristeza.

Si, fue eso lo que ocurrió durante los días “santos”, cuando con alegría recibí un coquito y tres galletas amigas en casa, llegaban de mi tierra, esa que en las mañanas huele a flores, chocolate y café, esa que ha desperdigado moderna arquitectura entre montañas y árboles. Con su acento marcado llegaron hasta casa y con ellos una extraña sensación, como la que siente un hotelero al recibir a sus huéspedes, pues aunque quiere ser especial con ellos y tratarlos como amigos más que como simples receptores de un servicio, no sabía de qué hablar, su lenguaje se había tornado encriptado y raro, sin una secuencia inclusiva para mí ¿Quiénes eran estos seres, qué querían o sentían hacía mí? Nunca lo supe. Mas lo tome con calma, quise sentir que era yo el extraño y no ellos, yo el que no encajaba en mi propio espacio. Pero no lo logré y entonces me limité a simular sonrisas, a entregar abrazos sin fuerza, a hacer comentarios al margen, a mostrarme complaciente y afable, como el hotelero.

Eran extraños caminando por mi casa, haciendo planes, con sus vidas lejanas a las mías, con otra jerga. Yo era el cercano que informaba de horarios de museos, de rutas de buses, de formas de llegar y salir, de reglas de la metrópoli, de buenos bares y discotecas, el recipiente donde se echan algunos chismes de última hora. No fui más.

Las tres galletas huyeron un día, a un lugar más cómodo, donde no hubiera que simular cercanía con nadie, donde no hubiera que tener un comportamiento ordenado a ciertas horas del día, y con ellos yo pude quitar mi máscara de hotelero, y ser yo, libre, tranquilo, sincero con mi soledad, y consciente de que cualquiera, que hoy te abrace y te comprenda, mañana puede tornarse en un extraño.

En casa solo quedo un coquito, extraño a veces, cercano casi siempre, como tratando de ser un puente con los demás, mas no logró ser puente, solo intentó ser amigo, ser cercano, no sentirse extraño con alguien a quien poco conoce, y sin embargo quiso abrir su alma para mostrarme sus dudas y temores, depositar su confianza en mí, tender un lazo de unión que tal vez la distancia rompa, un lazo de amistad de esas que escasean en estos días, entre todas las personas.

Los días “santos” acabaron y yo ahora pregunto, si seré yo el cercano-extraño y no ellos, al fin y al cabo, como alguna vez dijo Pbonito: “así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”.

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