jueves, marzo 10, 2005

Recordar y superar antes de resucitar

No no no, yo nunca he dicho que Jacobo Chaín se murió, o acaso qué creen ese par de personajes, que porque pasaron raudos por mi vida entonces me la voy a quitar, no, al contrario, si ahora es que tengo vida, si ahora es que mi cuerpo tiene un nuevo brillo, mi sexo más energía y mi alma todo el ímpetu para volver a enamorarse… si, EL fue pasión y muchas cosas más y Pbonito fue alguien que me demostró a mi mismo que puedo volver a enamorarme, que puedo perder los estribos, que aun puedo generar tormentas en almas comprometidas, pero puedo asegurar que están en la mitad de una lista que espero sea interminable. Si y qué, quiero desordenar las sábanas de seda, algodón o poliéster de muchos otros seres, quiero hundirme profundamente en pieles con olor a canela, sándalo, vainilla, sudor o Axe, quiero dejarme navegar por otro ciento de humanidades, mejores, peores o iguales que las anteriores…al fin y al cabo tan solo ha pasado un cuarto de siglo de este ser que aquí respira.

Ahora bien, no voy a mentirme, no es cierto eso de que me enamoro y me desenamoro rápidamente. Llevo dos años tratando de desenamorarme de EL, si, dos años tratando de reconstruir lo que siento, llevo un par de meses tratando de huirle, siete intentos fallidos de dejarlo, de no volver a estar para él, y siempre vuelvo a caer, justo cuando su voz aparece, cuando llega lleno de buenas intenciones.

La primera vez fue en un verano, ese día que olvidó que era mi cumpleaños, que prefirió retozar en otra piel antes que anclarse en la mía, que me puso cara a cara con la realidad de no saber qué papel jugaba en su vida, mientras él era el eje de la mía. Pero no más, me dije, esta rueda suelta puede encontrar otro eje, y no será éste, mas al menor campanazo de alerta vino a mis brazos, me consoló, me llenó de obsequios, regó mi piel, cultivó mi vientre, humedeció mi sexo y me hizo saber que iba a ser su esclavo.

La segunda vez fue en un invierno, cuando tras meses de ausencia, millones de horas de espera, llamadas sin contestar, regalos no entregados, besos no correspondidos, erecciones humilladas y noches frías, prefirió una temporada en el Mykonos criollo, con plumas y lentejuelas, caricias espinosas, piscinas de alcohol, alucinógenos de 10 pesos y algún beso húmedo del sur. Una vez más las lágrimas de sus ojos, su falsa ternura y la necesidad de su piel me hicieron caer, y con ello vino una linda navidad, una luna de miel maravillosa a orillas de un caudaloso río, donde pececillos de colores atestiguaron mis súplicas de dolor y placer, donde el calor fundió nuestras pieles y el sudor lubricó nuestros sexos, donde los labios se rompieron de tanto usarlos, nuestros cuerpos se hicieron uno solo y se unieron hora tras hora, palabra tras palabra, caricia tras caricia, y allí quedó tatuado, inundándome infinitamente, haciéndome una vez más su esclavo irredimible.

Luego de la magia vino el acabose, rumores, silencios, fugas, caricias robadas a un cordero, noches de hastío, soledades fingidas, palabras escasas y dos rupturas más, de esas que me hacían extrañarlo mientras sobrevolaba nubes, lagunas, montañas y ríos, mientras recorría una geografía indómita y llamativa, mientras conocía más de mi mismo junto al mar, al borde de los abismos, en ciudades extrañas y ajenas, en cuartos de hotel y hamacas prestadas.

Alguna vez llegué a pensar que debía estar a su lado de por vida, que era EL lo único que me podría hacer feliz, lo único necesario para vivir, para sentirme pleno y por ello debía perdonar sus pecados, sus engaños, sus ausencias, sus mentiras, y entregarme en cuerpo y alma, corazón y bolsillo, como siempre lo había hecho, yo supremo dador que solo recibe un poco de sexo y unas cuantas caricias algunas noches de la semana, que nunca lo veía a la luz del día, y debía conformarme con escuchar su voz y un te quiero cuando mi voluntad se doblegaba para llamarlo.

Una sexta vez volví a sus brazos, me encendió con su fuego como solo EL sabía hacerlo, hizo promesas, esas que se rompen como el cristal que cae, esas que se lleva el viento, que dibujan paisajes surreales que nunca podrás tocar, pero seguía amándolo, ya no como antes, pero mi corazón aun latía en su ausencia y en su presencia, aun me robaba suspiros y otros deseos menos confesables, aun erizaba mi piel y erguía mi sexo con solo hablarme.

Y hubo un segunda luna de miel, que en realidad fue de hiel, porque ni la brisa del mar, ni el clima del trópico menguaron la soledad que sentí a su lado, ni hicieron brotar en El una pasión que tal vez ya no sentía, aunque diga lo contrario. Descubrí ese egoísmo que ciegamente no había querido ver en años, y comencé con voluntad férrea a quitar pieza por pieza de este corazón, para dejar de mentirme, para dejar de desearlo, para soltar mis cadenas, para romper eslabón por eslabón, para borrar su tatuaje de mi piel.

Y aunque caí una séptima vez, fue solo una noche, solo una noche, aquella en que prometí olvidarlo…no, aun no lo logro, es cierto, mi corazón trabajaba arduamente en ello cuando llegó un Parcerito Bonito a agilizar las cosas y de paso a complicarlas, porque ahora son dos las tareas que me quedan. Dos las historias que debo enterrar antes de resucitar.

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