Montaña Rusa
Será porque mi corazón últimamente está latiendo más rápido, o porque últimamente mi cerebro está codificando otros sonidos, otros olores, otras acciones, no sé por qué será, pero de un tiempo para acá vengo sintiendo que estoy en una montaña rusa, sentimental y mental ante todo. En un ir y venir de pensamientos y de sentimientos, si, claro, la mayoría tienen que ver con mi PARCERITO BONITO, que hasta a Fernanda le pareció bonito, con su sonrisa de monalisa.
Es extraño, hay días en que me levanto justo en la base, a punto de estallar en llanto, furioso conmigo mismo por sentir lo que estoy empezando a sentir, cuando me había jurado ponerle un candado pesado a mi corazón, como esos que adornan algunos portones en La Candelaria, en Mompox o en Cartagena, así, un candado pesado que no dejara a nadie entrar allí, pero no, por la misma cerradura se vino a colar este niñito de ojos saltones y allí se instaló.
Entonces, rechazo el hecho de pensarlo tanto, reviso una y mil veces la lista de cosas que han pasado, las palabras que me ha dicho, aquellas que ha callado porque dice no poder decir, y empiezo a subir la cuesta, a treparme en la nube, algo me dice que si me subo allí me caeré y me romperé en pedacitos, pero otra parte de mi, esa que palpita y palpita rápidamente cuando por mi cerebro pasa su nombre, o cuando en la pantalla del teléfono aparece, o cuando su voz me da un saludo repentino, esa me dice que siga adelante, que de pronto la meta está más cerca de lo que pensaba, que puede ser delicioso el dolor del golpe si en la caída recuerdo al menos uno de sus abrazos.
Y allí comienzo, a excusar lo que siento, a respaldar cada cosa que pienso tomando retazos de conversaciones, de gestos y miradas suyas, de acciones que considero un buen soporte para seguir ascendiendo, entonces me digo que si me quiere, que hay deseo allí. Pero algo pasa, alguna neurona aguafiestas me hace descender vertiginosamente, me hace pensar que puedo ser solo un divertimento momentáneo, me hace recordar que sigue siendo como un chiquillo y que posiblemente en mí encuentra la diversión de un rato, algo con qué divertirse mientras no está con su dueño, un pasabocas quizá… cuando estoy muy abajo, de repente aparece, me llama, me dice qué quiere saber cómo estoy, trata de no ser dulce, pero no lo logra…y empiezo de nuevo a subir la cuesta, apoyado por sus palabras, aferrado en mi presunción, a mi alter ego que me dice que podré conquistarlo aunque tenga dueño, que puedo hacerlo feliz, que no me va a importar nada ni nadie, que tiene cosas maravillosas que no debo dejar pasar por alto… y me deja ahí, en mitad del ascenso, pensándolo mucho, extrañándolo más, con ganas de verlo, de sentirlo cerca, y ya con deseos de probar el néctar de sus labios, de romper la barrera del miedo y de una vez y por todas estallar de frente, enredarme en su piel, romperle el cuerpo con caricias, inundarlo de besos, decir todo lo que pienso, escuchar lo que siente, llevarlo aquí y allá, hacer todo lo que me imagino y lo que se imagina, sin miedos, sin ataduras, sin barreras, sin un nombre por allí rondando en su cabeza, que a veces parece rondar más moralmente que sentimentalmente.
Cuando ya estoy en una cresta de la montaña rusa, pienso que en todo caso es doloroso no tenerlo acá cerca, saber que esto que pienso y empiezo a sentir, por ahora debe atenuarse, atenuar mis dudas, no poder sentir celos porque un proyecto de amante no puede sentirse celoso…son tantas cosas, tantos anhelos represados, tantos sueños que él puedes hacer reales, o que simplemente pueden no ser nunca, y allí desciendo de nuevo, al nivel más bajo de la montaña, apabullado por la nostalgia, por la melancolía, por el miedo…y yo que adoro echarle sal con limón a mi heridas, hago sonar una vez más las canciones más dolorosas que me regaló…y desciendo más y más, tanto que ni siquiera las llamadas telefónicas que fantasmas del pasado hacen insistentemente logran sustraerme del letargo, ni hacerme subir unos cuantos peldaños.
Y allí está una vez más, obligando a mis palabras a salir de mis labios, y son tan vendidas ellas, tan fáciles, tan débiles que con una sonrisa se aflojan para llegar a sus oídos… y me hago el difícil, comenzando a subir lentamente por la cuesta, y él me anima con sus llamadas, lo hace una y otra vez, hasta que no resisto más, me lleno de emoción, de fuerza y me quedó allí, anclado a él, escuchando sus palabras, agradeciéndole a Dios por el hecho de que las ondas electromagnéticas me permitan seguir su contacto, saborearlo desde la distancia, rodearlo tanto hasta lograr que diga un poquito más de lo que calla, así sea con metáforas…y entonces llego al punto más alto de la montaña, me siento allá arriba, casi puedo tocar las nubes, y desearía que una de esas nubes fuera él mismo, que me tiendes sus brazos para evitar que caiga, que me deja aferrarme para no tener que bajar nunca más.
Y sin embargo hoy despierto y no sé en qué parte de la montaña estoy, ni en cuál estaré más tarde, y aunque es divertido este juego, quiero saber si algún día, al menos por un pequeño lapso de tiempo voy a sentirme tranquilo, o al menos navegando de su mano.
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