Erguir, sudar, dilatar, oler
A veces las sensaciones van más allá de lo que racionalmente reconoces, de lo que estás dispuesto a aceptar, a asimilar, y a enfrentar…no, no tiene que ver necesariamente con el alma o con el corazón, ya he aprendido muy bien que a veces es sólo el cuerpo que reacciona de una manera o de otra sin que esté enamorado, prendado de algo, repito, es sólo deseo, deseo. No sé porque los hombres nos empeñamos en meter el deseo y el amor en un solo saco, cuando no siempre es así, el primero generalmente es más fuerte que el segundo, hiere la carne, la amortaja, la pone a latir, y no tienes más remedio que sucumbir ante él, ser su verdugo mas no su víctima, su cazador, mas no su presa, su herramienta mas no su arado.
Ayer descubrí, y admití que cuando EL habla a mi oído a través de mi móvil logra lo que nadie hace, si, si aún lo logra, logra que mi sexo se inflame, que mililitros de sangre corran a borbotones por mi cuerpo hasta irradiarlo, erguirlo, enrojercerlo, activarlo, potenciarlo para rasgar su piel, irrigar su vientre, lloverlo de pasión y locura…Mas no, no me palpita el corazón cuando lo siento, no me laten las ganas de verlo, solo el deseo de propinarle el placer-dolor que se merece, mas no, no me sale un te quiero, ni enviarle besos sonoros como otros tiempos, sólo anunciarle mis ansias carnales, la picazón de mis bajas pasiones, de mis necesidades corporales.
Hoy descubrí que pueden los ojos ser el mejor combustible para el deseo, que mirar lo prohibido se torna en el mejor postre para tus fantasías y deseos, que sólo hay dos cosas que pueden perturbar mi trabajo, un par de uniformes, el azul y el verde, rellenos con unos ojos verdes y una carne blanca uno, con unos profundos ojos negros coronados por espesas cejas y una carne canela el otro… y si, las pupilas de mis ojos se dilatan, para captar lo mejor posible su belleza, cada movimiento que su piel hace dentro de su ropa, cómo el vello de durazno delinea su rostro…para imaginar mejor cómo sería acariciarlo, lamerlo, morderlo, sentirlo, olerlo…aunque su olor llegué hasta mi nariz, a pocos metros de su elegante traje, ese olor a café recién tostado mezclado con colonia de bajo precio, ese olor que se haría más soportable si se acercara un poco más, si no temiera la caricia de mi mano bajo la tela que lo cubre.
Mas prefiero el azul, con su bandeja de plata, su sonrisa esquiva, sus cejas pobladas que se recogen cuando observa mi mirada que lo inquiere, que interroga y que se esconde cuando no ve respuesta, prefiero imaginarlo tendido allí, sobre la mesa, como postre frugal a punto de ser devorado, atado de pies y manos para evitar que escape, mientras muerdo sus labios, saboreo su hiel, y redescubro su olor.
Y mientras lo imagino, y me deleito con su figura que se pasea por mi espacio, mi cuerpo se llena de sudor, mis ojos se acobardan, eclipsados por su belleza, y prefiero concentrarme en otra cosa, aunque no resisto la tentación de verlo, de pensar en sentirlo, en conocer qué se esconde tras del azul de su ropa. Finalmente sale, cierra la puerta y mordiéndome la lengua entiendo de qué material está hecho el deseo: de carne, sudor y sueños.
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