domingo, enero 30, 2005

Bytes like feels

Una pantalla que cambia de color cada dos segundos, miles de kilobytes reproduciéndose aceleramente, creando imágenes, alterando sentidos, excitando, hiriendo, ilusionando, enfermando, calcinando, mintiendo, engañando, exagerando bellezas, tamaños fálicos, colores de piel, matices de ojos, edades y estaturas...la noche avanza, los ojos comienzan a cerrarse, pero el alma se aferra a las letras, a ideas sueltas que rápidamente el cerebro encadena.

Un millar de personas presente, cientos de palabras por minuto, exclamaciones, propuestas, sugerencias, nada en concreto, nadie conocido, nadie real, nadie tangible, solo espectros, fantasmas, símbolos, caracteres, alter egos desfilando en una pasarela inútil, llena de vistosas plumas y lentejuelas, de latex y cuero, de ataduras y mordazas.

Un saludo procaz que se olvida y me obliga a cerrar la ventana, un saludo caluroso que invita a proseguir la charla...quién será éste con nombre de héroe, y éste más que parece tan común y corriente, dónde estará aquel que podrá decirme en realidad quién soy ahora que no soy de nadie...tendré que mentir para continuar con la charla, fingir un poco de atención a algunas palabras absurdas...tendré que decir que me pareció fantástico establecer conexión con alguien mientras va llegando el alba, sencillamente seré sincero, cerraré las ventanas, apagaré este pc y me iré a dormir con la misma soledad en casa de otros, observando la ciudad por los vidrios de un alto edificio pensando, quién, ¿quién bajo esas luces tendrá ahora el turno?

Antes de que ello pase, finalmente unos carácteres cautivan mi atención, no me es fácil presindir de una imagen, mi cerebro actúa rápidamente, un par de frases bien escritas, un poco de interés cultural, un poco de sinceridad e inocencia, más que un cordero, menos que alguien adulto, justo en el limbo, dan ganas de saber cómo suena, a qué suena, cuáles son los sonidos que usa para huir como dice que lo ha hecho...es dificil sentir, al menos un poco de curiosidad, de ansiedad de saber quién és... se soluciona rápido, con un número telefónico que se digita en la pantalla, un número teléfónico que llega a la velocidad que permite la fibra óptica...y allí está si voz, varonil pero frágil, nerviosa pero fuerte, sincera pero misteriosa...larga charla, dice mucho, se atropellan las palabras, aparece un maybe en mi mente, maybe dejar atrás tantas personas, tantas sensaciones que quiero olvidar, un empezar de ceros, un volver a creer...

la pantalla se apaga, también el teléfono, me queda retumbando en el oído aquella voz, cuándo vernos, quizás algún día...quizá nunca...


viernes, enero 28, 2005

Así suena tu silencio

Si te cuento que he dormido bien estas noches te miento, si, si yo sé que no es cuestión de que haya mucho ruido tras las paredes de mi cuarto, y que los únicos sonidos que se escuchan de este lado son los del silencio, donde antes estaban nuestros suspiros, nuestros gritos apasionados, y la melodía felina que casi todas las noches tocabas… no, nunca me molestaron tus sonidos, al contrario, eran las pocas cosas que sabía jamás olvidaría, tu barroca pronunciación de otros idiomas, el vocabulario de peluche que usabas para referirte a mí, el timbre de tu voz en el teléfono, bajo las sábanas, sobre la alfombra, en mis oídos, en la ducha, en aquella playa solitaria, contra la brisa, sobre el césped, bajo el sol… la calidez de tus palabras, alcoholizadas, ebrias de placer, trastocadas de dolor, inundadas de excitación, enfermas, alucinadas, tatuadas en su espalda…

Así sonabas tu, como un felino que buscaba afecto, como un gato que ronronea para recibir un trozo de carne, como un volcán en plena erupción, como una fierecilla herida en pleno combate, excitada, extasiada, ansiosa y nada cansada…

La primera noche sonaste dulce, comprensivo, con un halo de misterio, sonaste a canción de cuna, a música, a aventura y fantasía, sonaste a delirio y a deseo, a un mundo inmenso, que finalmente se quedó en las mismas calles.

Alguna vez sonaste como yo en el oído de alguien más, sonaste a mentira y falsedad, a orgullo y a rabia, a placer y dolor, a odio y llanto, a tristeza y humillación, a sacrificio fútil, a belleza y maldición.

Otra vez sacudiste mi tímpano con palabras dulces, mientras lamías mi oreja y acariciabas mi sexo, sonaste a ansiedad rogando un poco más de mi presencia en tu cuerpo, un poco más de mi fuego calcinándote.

Alguna vez no sonaste, se volvió costumbre tu silencio, no, no me refiero a ese tipo de silencios, más bien a palabras que sonaron sin sentirse, a lejanías perpetuas teniéndote a mi lado… si, claro que sé a que suena tu silencio, a vidrios que se rompen, a orgasmos amordazados, a risas macabras, a teléfonos que no se contestan, a estrellas que se caen, a hielos que se derriten.


Still a little bit of your song in my ear
Still a little bit of your words I long to hear
You step a littler closer to me
So close that I can´t see what´s going on

No, no te esfuerces, quédate allí, lejano, silencioso, inmutable… déjame recordarte así, callado, sin nada coherente qué decir…tal vez así comenzaré a olvidarte, para dejarle espacios a otros sonidos más bellos, más sinceros, los de mi propia soledad.

jueves, enero 27, 2005

Still a little bit of your taste in my mouth

Still a little bit of your taste in my mouth
Still a little bit of you laced with my doubt
Still a little hard to say what´s going on

Still a little bit of your ghost your witness
Still a little bit of your face I haven´t kissed
You step a little closer each day
Still I can´t say what´s going on

Y es que despierto una vez más y no estás allí, es demasiado grande mi cama, pesan mucho las cobijas y hace frío aquí, en este cuartito azul. Busco en mi regazo tu presencia, tu cuerpo tibio para encender mi hoguera, un trozo de tu piel tersa entre mis dedos, una mancha que delate tu último estallido sobre mi pecho y solo encuentro nada, nada, nada… y tu insistes en quedarte allí en mi cerebro, en ser el único motor de mis fantasías, en colarte en mis sueños, excitarme una y mil veces, sacudir mi sexo, violentar mi vientre y amarme, pero solo allí, en esa pequeña caja de Pandora que no se resiste a escupirte de una buena vez, a expulsarte durante un orgasmo e irse para siempre, no, no, quieres seguir allí, quieres esclavizarme como siempre lo hiciste, quieres que me humille de deseo, que suplique esta mañana que vengas a recoger este cuerpo hirviente que te pertenece, que siempre te ha pertenecido, que vengas a callar el reloj despertador con tu brazo derecho mientras te siento tan dentro de mí, tan dentro de mi que ya ni siquiera tengo alientos, que solo puedo sollozar un te amo, que cada vez es menos cierto, cada vez quiero que sea menos cierto, aunque extrañe la forma en que tus fibras se entrelazaban con las mías, aunque esta mañana como muchas otras, al despertar, quiera poseerte, hacerte el amor hasta quedar cansados, pegados uno del otro, en el mismo líquido, por el mismo miembro, con la misma sonrisa en los labios, unidas las manos sobre mi pecho, para dormir un poco más antes de ir al trabajo.

Hoy fue tan difícil despertar y no tenerte después de compartir contigo toda una noche, de que cabalgaras en mis sueños, me hablaras de nuevo al oído, me dieras a beber de tu miel, me enseñaras ese lugar de tu cuerpo que se une con el mío, me cobijaras con tus brazos, y me hicieras feliz una vez más…

Hoy fue muy difícil despertar, pero no quiero volver a tenerte conmigo, no te quiero en mis sueños, no te quiero en mi cuerpo, solamente quiero derretir mis recuerdos, borrarlos de mis archivos, cancelar su erotismo, aunque me quede sin inspiración para mis más fútiles deseos.

miércoles, enero 26, 2005

Café con pimienta

No está de más admitir que no espero clemencia. Me parece prudente aclararle que me tiene sin cuidado lo que piense, lo que siente, lo que a su piel atrae, lo que mueve su corazón, lo que ansía su sexo. Quiero si anotar, que me he fijado que sus hermosos dedos carecen de argolla, que sus ojos aunque esquivos me observan de vez en cuando, que me he visto reflejado en su inmaculada sonrisa y que son una tentación sus labios.

Entonces, ¿podría regalarme usted una taza de café, que digo una taza, una bocanada de café, que se caliente en su boca, que llegue a mi por sus labios, que me permita saber a que sabe usted, qué tan almibarado es su aliento?… ¿podría además endulzarlo con su saliva, mezclarlo con su lengua y dármelo a beber lentamente, mientras me abraza, juguetea con su lengua entre mis dientes, me excita como cada mañana lo hace, mientras me saluda decentemente? Si así, así, reclinándose un poco.

Le permito además que deslice su brazo por mi espalda, que me haga cosquillitas en el paladar, que me inunde con su aire, que me aprisione con su duro pecho y me haga descubrir su olor, el que esconde el canela de su piel. Mi mano, curiosa, inquieta, se colará por su uniforme, mandará a volar los brillantes botones y descubrirá como se siente, así, así, cerca, muy cerca, como esos hilillos casi imperceptibles que cubren cada uno de sus poros acarician las yemas de mis dedos, como se erizan sus tetillas con mi roce, como se vuelve arpón su sexo, granada en pleno estallido, lanza en astillero, hasta obligarlo a asirse a mí, a rozarme con ímpetu, a pedirme lo que hasta hace dos segundos no habría pensado hacer.

Está bien, está bien, yo también le daré un sorbo, que dejaré que se derrame por su barbilla, para mordisquearla suavemente…no, no, no dejaré que le ensucié la ropa, yo seguiré atentamente los movimientos de esa gota, bajaré por su cuello sin concentrarme en su manzana, aunque sea excitante, lameré su pecho, que se ve mejor al descubierto que oculto tras el azul de su vestido diario, no dejaré que se empoce en su ombligo, procuraré que siga su curso, para descubrir qué pasa allí abajo, donde he visto que su pantalón toma deliciosas formas, y procuraré que el amargo del café y el dulce del azúcar se mezclen deliciosamente en mi boca con el agridulce picante que tiene su piel de canela allí, donde se torna color nuez, donde redescubro su virilidad, donde me hace llegar a la locura.

Sabe más rico el café acá, si, sí, este placer agridulce que siento, este estremecimiento en mi piel, esta sensación en mi lengua, estoy seguro que no se consigue en ningún otro envase, ¿quiere probar del mío?, no, no sé si sabe igual en mi espalda, y menos si me da esos pequeños mordiscos allí y trata de abrirse camino con su lengua… si, eso, a café con pimienta es que sabe, con un poco de hierbabuena si es en su ingle, de brandy cuando es en su boca, de amaretto si es en su pecho y de anís en la puerta de su vientre.

Pero sabe, ¿y si en vez de café, ahora, en este instante quisiera un té, de albaricoque, con trocitos de naranja, servido en su ombligo?...no importa, no importa, yo le ayudo a quitarse la ropa…acá, acá, sobre el tapete, con la puerta cerrada, antes de que los de seguridad enciendan sus cámaras.

Sudoración libidinosa

Cinco centímetros más de piel, dos onzas más de esfuerzo, una exhalación más, doce mil pulsaciones por segundo. He acabado, llegado al final de otra flexión de pecho, brotan gotitas de los poros del rostro, resbalan delgados hilillos por mi espalda, me inclino un poco, sin intentar ponerme en pie, y logran humedecer la tela blanca que me cubre desde del coxis hasta la entrepierna.

Desciendo una vez más, espero encontrar algo allí debajo, una hirviente tentación erguida para refrescar mis labios, un trozo de piel para lamer palmo a palmo, para beber sorbo a sorbo; un trofeo que me premie por el esfuerzo hecho, que haga saber a mis músculos que han sido recompensados, a mi lengua que no morirá de sed y a mi alma que no está sola.

Hace falta el peso de unas piernas anudadas a mi espalda, de unos brazos asidos a mis hombros, el roce de unas mejillas cubiertas del delicado vello que cubre los duraznos, una piel que se aferre a la mía, lubricada por el sudor que resbala por mi piel mientras se flexionan mis brazos una y otra vez, mientras me levanto un poco más y se corta mi respiración.

Hace falta algo, alguien, un huracán, una tormenta, una borrasca, que apague mi fuego, que lo humedezca alimentándose de mi sudor, de mi aliento. Una catarata que sofoque mi silencio, una caverna para iluminar con mi antorcha, para regar con mi esperma, para fustigar con mi látigo, para hacer vibrar con mi fuerza, para embestir con mis ansias, para hacer estallar cuando me quede un último aliento.

50 flexiones de pecho, unos cuantos mililitros de sudor regados por mi cuerpo, las hormonas a flor de piel, la líbido encendida, haciendo mi sexo hoguera, dilatando mi vientre, destellando mi garganta, humedeciendo mi lengua, bombardeando de deseos mi mente, cultivando mis ansias.

70 abdominales, el sudor empozado en mi ombligo, las feromonas dispersas por el aire, el deseo irguiendo mi sexo, apuñalando mis recuerdos, castigando mi orgullo, resecando mis labios, reventando mis neuronas, acelerando los latidos de mi corazón, martirizando mi alma.

No habrá más sudoraciones, más esfuerzos por esculpir con ejercicios mi cuerpo, más abdominales y flexiones que hagan vomitar mi libido, recordarme el deseo…juro flexionar mi pecho para asirme a un sexo, flexionar mis piernas para que su carne haga parte de la mía, y sólo ejercitar mis abdominales para enredarme con otra piel, para hacer alguna posición extraña, para permitirme llegar a los confines de sus entrañas, para lograr que su antorcha me enceguezca, o que mi saliva se apodere de su garganta mientras no sienta donde termina mi cuerpo.

martes, enero 25, 2005

La esencia de tu perfume

Anoche, tras derramarme en prosa, una idea me acompañó a casa y se apoderó de mí hasta la madrugada, redescubrí que el olor de EL no está archivado en mi cerebro, no quedó nunca impregnado en mi piel, no me dejó jamás la posibilidad de salir a la calle oliendo a él para sentirme descubierto, pecador, poseído, amado, sexuado, con el miedo de que el viento con el menor soplo regara por allí su aroma, la misma que busqué infructuosamente muchas veces en el minúsculo bosque que adornaba su sexo, como quien busca el elixir que ha de excitarlo más, que ha de generarle la adicción eterna.

No esperaba un vaho de especias de la India, tan solo su esencia, algo que con olfatear mi piel permitiera recordar su rostro de placer durante el estallido triunfal que antecede su lluvia, sentir una vez más las pulsaciones de mi piel acomodándose en su vientre, degustar una vez más el sabor que tiene la piel en ese punto donde la redondez del sexo se vuelve cóncava, erigir de nuevo mi humanidad sexuada para hacerlo cenizas bajo mi fuego, sentir que mis manos llenas de su olor eran las suyas, para hacerme carne, para hacerme vivo, para calcinar las ansias que dejaba tras cada batalla cuerpo a cuerpo, espalda a pecho, vientre a miembro, miembro a vientre.

¿Cómo poder recordar a alguien cuyo aroma se consigue en París o en San Andrés y huele igual en la 103 o en el Mikonos criollo? Y pensar que su falta de olor eran parte de la magia inicial, de la primera atracción, una limpieza perpetua que lo convertía automáticamente en dios, un dios alado que cayó para mí, que se hizo carne, semen, sudor, placer, tibieza, palabra y acto, pero nunca olor. Un dios que pronto dejó de serlo, un dios que pasó a ser un humano, demasiado humano, tan común y corriente que dejó de convencerme.

¿Para quién guardará su aroma? ¿a quién sofocará con su fragor? ¿Cuál será el esclavo de su fragancia? ¿Por qué fue incapaz de arrastrar con su perfume la huella indeleble que otro dejó sobre mi piel?

Aun hoy lo recuerdo, un cordero cubierto de velcro, del color del helado de maní, con el olor de las flores de Mandalay, la cúrcuma de la India y el jengibre de Thailandia, el sabor de la canela y las nueces. Un almizcle agridulce cada batalla, cada roce de nuestros cuerpos, cada explosión de nuestros placeres. Miel en su ombligo, nueces en mi pecho, menta en mi ingle, chocolate en su espalda, lactosa en nuestros vientres y azúcar en las empañadas ventanas de su cuarto.

Fueron placebo sus puñales, aguijones sus palabras, polen su lluvia en mis labios, néctar mi torrente en su lengua, todo un postre la reunión de nuestras bocas, su salto sobre mi espada, mi herida sobre su antorcha, hacerme fuego y cenizas, hacerme humo y hacerme carne e irme cada noche a casa envuelto en su perfume.

Me queda un poco de su almizcle si, pero están difusos los recuerdos. Me queda nada del aroma de EL y sigue galopando allí su fantasma.

Lluéveme

Dicen que después de la tormenta llega la calma y que siempre sale el sol...pero el sol para mí es el hastío, la monotonía, la intranquilidad del no saber qué ocurrirá después... Quería que lloviera sobre mí antes de escribir las torrenciales letras de la mañana, quería mostrar un rayo de repentina felicidad melancólica antes del dolor... pero así es la mente, desbocada.

Creo que necesitaba exorcizar primero mis demonios, llorar letras, derramar palabras rotas, antes de tratar de resconstruirme, antes de volver a pedirLE a gritos que me inunde, que llueva sobre mi, o que al menos me arrastre con su borrasca para permitirme olvidarlo, sepultarlo bajo el lodo de mis quehaceres cotidianos, bajo los escombros de eso que pudo ser y no fue...bah fue por muchos meses con sus días, los días en que lo añoraba, muchos meses con sus noches, las pocas noches en que fui parte de su carne.

Lluéveme hoy, dame a beber de la ambrosía que brota del sitio donde te haces hombre, marca éste, tu territorio, con el desecho de tu comida diaria, pero desaparece antes de que pueda recordar que estas marcas blancuzcas son producto de tu simiente.

Llúeveme ahora, allí de pie, mientras me miras con deseo y disfrutas de sentir que te has zambullido en mi garganta, mas despiértame antes de que recuerde las cinco letras que le dan sonido a tu nombre.

Lluéveme ahora y mánchame la piel con esa tinta indeleble de tu ardor viril. Gracias a Dios careces de olor, y al despegarte de mi no quedará ningún rescoldo de tu fragancia en mi cuerpo, sólo esa sensación estúpida de querer más y más sexo, de no despegarme más de tí.

Lluéveme despacio, despacio gota a gota, deja que cada pulsación vaya acorde con mis latidos, que cada gota de sudor se confunda con tu rocío...aumenta un poco tu lluvia, no detengas tu caudal, y justo ahora, ya, ya, ahora, hazme sentir que estoy perdido en tu tormenta, que asido a tu espalda y mordiendo tu hombro, mientras tu nube embravecida corona mi firmamento oscuro, puedo hallar otro camino.

Y lloviste, lloviste en mi por última vez aquella madrugada...mas nunca entendiste que quería ver tu cascada fértil desde mi regazo, que quería que regaras los infinitos bosques de mi pecho cada mañana, que quería que llovieras en mí sin tener que rogarle a tus ojos de trueno.

y ahora me pregunto... qué áridos desiertos regarás esta noche????

lunes, enero 24, 2005

Maldita perfección

Duele el alma, duele cuando la desnudas, cuando la dejas ver de cuanto cibernauta exista sobre la faz de la tierra, cuando tipeas en una pantalla en blanco y esas letras permanecen allí para siempre, a merced de la crítica, a merced de la compasión, a merced del deseo de otros.

Pero hace falta ese dolor, hace falta esa desnudez, ese ejercicio catártico que provoca la escritura, que te deja ver con tus mismos ojos, pero desde otra esfera, eso que te pasa, eso que siente tu piel, pulsa tu cerebro y hace palpitar tu corazón.

La de la otra tarde fue una buena charla conmigo mismo, esa que puedo releer en la pantalla ahora que escribo. Mas abrió de nuevo profundas heridas en mi interior, me hizo recordar cuán frágil es todo a mi alrededor (será mejor confesarlo: cuán frágil soy detrás de este rostro eternamente sonriente). La soledad apareció de nuevo y esta vez quise espantarla ¿o esconderla?, en fin, no quería ver su abominables garras otro viernes en la noche, ni sentir sus heladas manos acariciando mi miembro en la madrugada, sus putrefactos labios diciéndome cosas al oído, recordándome que ya no tengo dueño.

Mi lista telefónica se quedó corta. Pasé por alto unos cuantos nombres, aquellos a los cuales mis dedos tienen vetado marcar, incluidos los de EL, incluidos los de aquellos lobos con piel de ovejo, los de aquellas medusas que sólo dejaron laceraciones en mi torso. Volví al mismo lugar de siempre, con la misma gente de siempre y unos cuantos amigos reincidentes. A quienes de verdad quería ver, al menos para que subieran mi ego mientras los humillaba con mi lejana belleza, no pudieron asisitir, sí lo hicieron en cambio quienes me humillan con su insolente y maravillosa existencia. Maldito masoquismo, el regreso me hace recordar, el alcohol en exceso y a bajo costo no me hace olvidar, simplemente deja el descubierto mis huesos, ante la fiesta humana, ante aquellos que danzan al calor del fuego, tratando de quemar sus penas, sus fantasmas, sus desvaríos.

Estoy adentro, recibo unas cuantas miradas, hurgo entre los cuerpos presentes, busco alguien conocido cuya presencia me produzca dolor, ansío encontrar una hermosura lejana que me genere adicción. Preparo un instrumento cualquiera para darle concierto a las parejas de amigos que se han conformado gracias a mí, hago gala de mi soledad aún entre tantos. Observo a lo lejos un hermoso cordero (aunque quienes me acompañan denigran de su figura), recuerdo sus tibios labios sobre mi piel, pero también sus miedos, recuerdo sus abrazos, pero también su fuga. Trato de no mirarlo, aunque soy testigo de todos sus movimientos. Finalmente quedamos frente a frente, alza su mirada hacia mí, castiga mi deseo con su sonrisa. Aún tengo orgullo, hago un gesto de cortesía y dirigo mi mirada hacia otro lado.

En medio de la gente me alcanza, me da un abrazo, siento su tibieza rosando mi cara. Estás muy lindo hoy, le digo (ya he mordido el anzuelo). Me muestra su torso semidesnudo evitando que alguien más lo vea. Confirmo que está tan deseable como siempre, me abrazo a él una vez más, a su piel de durazno, a su inocencia perversa, pero nos hemos quedado sin de qué hablar y soy demasiado cobarde como para tratar de probar si sus labios aún saben como hace unas semanas. Prefiero alejarme, aunque más tarde cuando lo vea del brazo de un esperpéntico jamón, con sus ojos hechizado llamándome, sienta rabia una vez más.

Y no salgo del hechizo, suena mi violín en una esquina y otra de la hoguera, camino hasta el rebaño, un cordero acá y otro allá. Siento una vez más que no es mi sitio, ya no tengo un sitio, tampoco a quien recordar, nadie a quien gritarle mentalmente "si tu estuvieras acá, todo sería distinto". Si grito eso podría decir, si tu estuvieras acá todo estaría peor, sería una vez más una excusa en tu vida, el de mostrarle a algunos, el de ocultarle a otros, el de disfrutar unas noches, el de olvidar casi siempre.

Estoy a punto de caer en lo profundo del foso, con el alcohol en la sangre, los malos ratos abarrotándose en mi cerebro, las lágrimas a punto de salir y mis ojos luchando contra ellas, para seguir mostrándome fuerte, sonriente, feliz. Llega el abrazo de alguien, sus palabras, su demostración de amistad sincera, su oda a mi perfección, su halago desinteresado a mi belleza, a mi inteligencia, a mi capacidad de lucha, su coronación de mi heroismo, su crítica sin cuartel a mi círculo social, a aquellos seres que han pasado por mi vida, regando mi piel, hiriendo mis entrañas, sin merecerme, sin estar a mi altura. "alguien perfecto como tu, solo merece estar con alguien perfecto. Ni siquiera yo merezco ser tu amigo, soy un don nadie a tu lado, y quienes te rodean, bah son basura".

Me surge entonces una pregunta, entonces según él, qué está a mi altura. "Tal vez nadie, tal vez nunca llegue, pero es mejor eso que estar con quien no vale la pena".

Maldita perfección me digo entonces, de qué vale ser tan perfecto si eres un perfecto solitario, un perfecto aislado, ¿Un paraiso perdido?, un verdad solitaria, un perfecto imbécil tal vez...pero perfecto al fin y al cabo.

Necesito estar solo (si, más solo que de costumbre)...y al amanecer, en mi cuarto solitario vuelve la soledad con su atmósfera putrefacta a acariciarme, a poseerme, y me sepulta en horas de sueño, en horas de hastío, de rabia, de dolor. Una mueca macabra ocasiona lágrimas involuntarias. Tres metros bajo tierra... buenos días...está EL en el teléfono, veo su nombre y me digo por primera vez en mucho tiempo, hoy no quiero contestarte, hoy no quiero que existas, hoy ya no existes...como tampoco existo yo...al menos no el mismo que estuvo al lado del fuego anoche, mientras tu no estabas...

Empieza una nueva semana...y yo sigo tres metros bajo tierra, sin saber aún quién soy.. y me digo

I want a perfect body
I want a perfect soul
I want you to notice
When I’m not around
You’re so fuckin’ special
I wish I was special

viernes, enero 21, 2005

un poco de helado sobre mi piel

Aquella tarde, como por variar, su deliciosa voz (Bah, deliciosa a mi modo de ver, pero demasiado común y corriente si la comparamos con otras voces), me dijo al oído, a través del teléfono, que no podría verme, que una vez más debía quedarse hasta tarde arreglando papeles aquí y allá, un balance por aquí, una factura por pagar allá...

Maldita sea, pensé, me iba a quedar un viernes más con ganas de sentirlo navegar entre mi, con el deseo de humedecer mis labios con su tibio néctar, y permitir que mi lengua saboreara una vez más aquel punto de su piel que nos permite reconocernos hombres. ( Es imposible no tener una violenta erección con sólo recordarlo).

Un frío te quiero fue lo último que dijo, un frío te quiero y un beso sonoro que siguen provocando en mi un deseo compulsivo de hacerlo mío, de navegar en el verdor de sus ojos, de aprisionarme a su pecho mientras me arriesgo a inundarlo con mi fuego, sin ninguna superficie que nos separe, sin nada que se interponga en el roce de nuestras fibras, de sus fluidos internos, de mís líquidos externos.

Cual solterona de comedia romántica gringa he llegado a mi loft con una caja de helado de café mocca, enciendo la tele y mientras hago zapping buscando algo que me haga sentir menos solo, o al menos me aleje de una realidad solitaria, dejo que gruesas cucharadas de helado se deslían por mi boca, desciendan por lengua y se hagan líquido en mi garganta.

El reloj sigue su marcha, con su estúpido tic tac tic tac, y el sueño aún no llega a mis ojos... de repente me descubro fantaseando con que un poco de helado se convierta en su espesa saliva... mi mano involuntariamente roza mi tetilla derecha mientras trato de engullir un poco más de helado, la sensación es agradable apesar de tener un trozo de tela encima..el roce termina por hacer caer helado sobre mi camisa y no tengo más remedio que quitármela...pero sigo con la ensoñación, sigo pensando que estoy con su saliva en mi boca, y ésta resbala por mi barbilla, llega hasta mi pecho y me humedece por completo...

hace un poco de calor...o quizá mis hormonas y la falta de sexo de un viernes por la noche me han hecho cambiar de temperatura...me estorba la ropa, quiero correr desnudo, quiero sentir que alguien me abraza, no para calentarme sino para contagiarme de su temperatura...que al permitirme zambullir mi miembro en su tibia boca regule el calor que siento, y saboreándolo una y otra vez descubra a que sabe mi miel con el café mocca.

termino tirado en el piso, acariciándome suavemente mientras la pantalla del televisor emite imágenes que no distingo. Hay un poco de helado en mi boca...otro poco sobre mi pecho que desliza una gota hasta mi abdomen y se enlaguna en mi ombligo...si me muevo un poco llega hasta la ingle y se confunde con el trozo que sirve para humedecer mis manos que juegan moldear una vez más esa espada que tanto conocen...

Estoy jugando, sintiendo mi cuerpo, logrando que el sabor del café mocca se haga agridulce al contacto con el sudor de mi piel, y entonces él suave, delicado y ansioso llega a devorarse el postre, a formar parte de este plato maravilloso, a agregarle sus néctares, sus mieles, a sentarse sobre mi, a llevar helado al interior de su cuerpo de una forma diferente a la habitual, a regar mi pecho con una nueva salsa, de mil sabores...

y ahora que recuerdo...una vez más quiero tener un poco de helado sobre mi piel y se yo esta vez quien pruebe otro sabor...otro placer.